Si intentamos resumir, pareciera que la manera más eficiente de resolver las problemáticas de nuestra vida cotidiana, es “detener el mal uso de nosotros mismos”. Dicho de esta manera podría llegar a sonar muy fácil, no obstante, la cadena de causa y efecto (de nuestros hábitos) llega a ser bastante profunda.
Si nos preguntamos “¿qué es lo que ocasiona nuestro mal uso?”, muchas respuestas vienen a nuestras mentes: la educación, la civilización, la vida moderna, las sillas, la familia, la religión, la falta de religión, el desinterés, el transporte público, etc. Alexander creía otra cosa, al darse cuenta de que el problema recae no en lo que “nos hacen a nosotros”, sino en lo que “nosotros nos hacemos a nosotros mismos”.
Enfrentándonos al estímulo constante de la vida, podemos siempre reaccionar de una manera saludable, utilizando los mejores medios que requiera cada situación, o podemos reaccionar de forma perjudicial, consiguiendo nuestros objetivos sin tener en cuenta los medios a través de los cuales los vamos a conseguir.
El caso final del mal uso sería entonces, el hábito universal de “la persecución de objetivos”. Este término es uno de los principios fundamentales de la Técnica Alexander.
En el prefacio de 1945 de su libro “La suprema herencia del hombre” (escrito en 1910), Alexander comienza diciendo algo que para mi tiene mucha relación con eso a lo que él llamó “end-gaining” y que se ha traducido como “persecución de objetivos” o “búsqueda de objetivos”. El texto dice más o menos así:
“No es extraño que nuestros pensamientos tiendan ahora en la dirección del cambio. Sería raro ciertamente si esto no fuera así, pues todos estamos pensando lo mismo y haciendo la misma pregunta: “¿Cómo es posible que el mundo haya llegado a la horrible condición en la que se encuentra hoy?” O, si somos más honestos con nosotros mismos, planteamos la pregunta de forma un poco diferente: “¿Cómo podemos nosotros y toda la otra buena gente del mundo, haber permitido a las cosas llegar a este terrible caos?”
Pero hay otra pregunta, una pregunta más importante, una que los hombres se han hecho a sí mismos en cada crisis desde el principio de los tiempos: “¿Qué debemos hacer para salvarnos ¿Dónde, cuándo termina el horror, qué tenemos que empezar a cambiar para evitar reincidir?” Cada crisis demuestra que la respuestas a estas preguntas dejan el problema sin resolver.
Ya hay una respuesta, una magníficamente simple y efectiva respuesta. Pero el ser humano ha sido demasiado ciego para ver, demasiado sordo para oír. Desesperado y desorientado continúa buscando la llave mágica de su liberación mientras sostiene en su propia mano la llave apropiada. Es lo que el ser humano hace lo que provoca el efecto perjudicial, primero en sí mismo y luego en sus actividades en el mundo exterior; y sólo previniendo este hacer puede él realmente empezar algún cambio verdadero. En otras palabras, antes de que el ser humano pueda hacer los cambios necesarios en el mundo exterior, debe aprender a reconocer el tipo de hacer que debe prevenir en sí mismo y cómo prevenirlo. El cambio debe empezar en su propio comportamiento.
Es fundamental que las gentes civilizadas comprendan el valor de su herencia, el resultado de un largo proceso evolutivo que les permitirá gobernar el uso de sus propios mecanismos físicos… Este triunfo no se conseguirá en el sueño, el trance, la sumisión, la parálisis o la anestesia, sino con una conciencia clara, razonada y deliberada y percibiendo las maravillosas capacidades que posee la humanidad, la trascendente herencia de una mente consciente.”i
Si tuviera que definir el término “persecución de objetivos” de manera simple, podría decir que, cualquier acto de conseguir un fin determinado de manera directa, provoca el mal uso de nosotros mismos, lo que vuelve dicho fin algo inalcanzable. Incluso la búsqueda de algo que nos ayude a desarrollarnos como personas puede convertirse en una persecución interminable. Podemos observar esto en la necesidad que tenemos algunas personas de aprender y probar todo tipo de disciplinas, terapias, clases y actividades con la finalidad de encontrar algo que satisfaga una idea determinada que tenemos.
El trabajo con mis “objetivos” ha sido una de las cosas que más he tardado en observar desde que empecé mi estudio de la Técnica Alexander. Como músico, siempre estuve buscando actividades que pudieran complementar mi carrera profesional: natación, tai-chi, musicoterapia, psicoterapia, chi-kung, yoga, acupuntura, meditación, masajes… incluso estudié y me formé en la carrera de medicina tradicional china.
Sin duda que todas esas actividades me ayudaron a mejorar y seguramente aportaron distintas visiones a mi práctica cotidiana, gracias a las cuales nunca me lesioné ni sufrí de dolores al tocar. Pero no fue hasta que paré a observarme que me di cuenta de que estaba buscando algo que no iba a conseguir si seguía en ese camino. Estaba persiguiendo el objetivo de mejorar en mi profesión, intentando desesperadamente que esa mejoría viniera de algo externo a mi y en ese proceso dejé de observarme a mí mismo y a mis necesidades básicas.
La lista de ejemplos que se pueden dar de perseguir un objetivo es interminable. La perescución de nuestros objetivos es el más predominante de todos los hábitos del ser humano. Está tan extendido y es tan insidioso, que la mayoría de la gente no se da cuenta de que está persiguiendo objetivos todo el tiempo: tomar medicamentos con el único propósito de suprimir los síntomas de una enfermedad es persecución de objetivos, acusar a los demás de los resultados de nuestras propias acciones es persecución de objetivos, intentar cambiar a los demás en lugar de cambiar uno mismo es persecución de objetivos, analizar lo que hacen los demás para asegurarse de que nosotros “lo estamos haciendo bien” es persecución de objetivos.
Pedro de Alcántara en su libro “indirect procedeurs” nos dice: “En una clase de Alexander, el maestro le ayuda a hacerse consciente de su obtención del fin en actos sencillos de la vida cotidiana, tales como sentarse, ponerse de pie, caminar, hablar, usar los brazos, etc. A medida que se vuelve usted consciente de cada ejemplo de obtención del fin, se vuelve usted consciente de la propia obtención del fin y con el tiempo, su comprensión de la obtención del fin debería abarcar todo lo que usted hace.”ii
La antítesis del hábito de la persecución de objetivos es algo a lo que Alexander llamó “medios a través de los cuales”. Alexander buscaba que sus alumnos encontraran (solos) la manera más organizada (dadas sus condiciones actuales) de sus medios posibles para alcanzar cualquier objetivo deseado. Esto implica el desarrollo de la capacidad de esperar y hacer elecciones razonables antes de actuar, la conciencia de su propio uso y la comprensión de que antes que nada, uno debe dejar de intentar alcanzar sus objetivos de manera directa. Es decir, practicando procedimientos indirectos.
Siendo nosotros mismos una unidad indivisible (otro principio del que hablaremos más adelante), el uso de cada parte nuestra afecta a nuestra totalidad.
Cuando tenemos un hábito que repetimos constantemente para generarnos alguna especie de seguridad o placer, ese hábito se convierte en una manera temporal de aliviar algún tipo de dolor o de inseguridad. Lo paradójico de esto es que, el hábito, tarde o temprano nos producirá una nueva incomodidad o dolor y entonces tendremos que sobrellevar ese nuevo dolor o enfrentarnos al otro dolor, al que viene al dejar nuestro hábito de lado.
En el trabajo de Alexander, lo esencial para el progreso es aceptar la responsabilidad de nuestros propios problemas. Este paso esencial es el más difícil de tomar, pero en cuanto se ha dado, el camino se vuelve más agradable. Permitirnos colocar la responsabilidad fuera de nosotros mismos nos brinda una sensación de seguridad y comodidad pero no de alivio ni de curación.
El gran problema con el trabajo Alexander, desde el punto de vista ordinario, es que exige un cambio total. Negarse a aceptar cambiar es paradójico también porque todos estamos cambiando de todas formas: no es una cuestión de “cambiar o no-cambiar” sino de cambiar a algo constructivo en lugar de a algo destructivo. El paso importante es el reconocimiento del hábito y de que podemos dejar de contribuir a ello para encaminar nuestra acción hacia la dirección del proceso constructivo.
El lugar clave para observar nuestros hábitos se encuentra en el instante justo antes de reaccionar, en ese momento tenemos la oportunidad de parar a observarnos y de dirigir nuestra acción hacia el lugar que queremos dirigirla. Esta habilidad de parar y de dirigir es algo que se tiene que desarrollar y practicar. De eso hablaremos más adelante.
i F. M. Alexander, Man’s supreme inheritance (1910)
ii Pedro de Alcántara, Indirect Procedures: A Musician’s Guide to the Alexander Technique (1997)
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