Nuestra cultura interpreta todos los aspectos de nuestra realidad. Nos enseña que la materia está hecha de átomos, que son como pequeños sistemas solares. Nos enseña que el pensamiento ocurre en nuestras cabezas y que nuestros cerebros son esencialmente computadoras que procesan información. Nos ayuda a distinguir entre lo que es un “proceso” y lo que no es un “proceso”. Nos enseña que el conocimiento se comunica en fragmentos de información, a los que llamamos «hechos». Y nos enseña a identificar la inteligencia humana como la capacidad de razonar, y que es algo que podemos medir con una prueba de Coeficiente Intelectual.

También aprendemos qué valorar. El conocimiento es valioso, por ejemplo, y la ignorancia es un defecto. Sin ser necesariamente conscientes de ello, aprendemos el sistema de valores que dice que «arriba» es positivo y «abajo» es negativo. De manera similar, entendemos que el cielo está por encima de nosotros en el «reino bueno», y colocamos el infierno debajo de nuestros pies en el «reino malo”. En algunos círculos, el «objetivo más alto» que podrías aspirar es «elevar» tu conciencia, porque, como hemos aprendido a experimentarlo, «arriba» representa lo mejor.

Estos hechos y valores son considerados popularmente como evidentes en nuestra cultura, lo que nos hace difícil dar un paso atrás y ver que cada uno de ellos es solo una parte de la narrativa de lo que significa ser humano en nuestra educación. Más crucialmente, muchas de estas creencias resultan ser inconsistentes con la realidad, y algunas de ellas son bastante perjudiciales.

Comencemos por un hecho claro que aprendemos de nuestra cultura: aprendemos que tenemos cinco sentidos, que seguramente la mayoría de las personas que fueron a la escuela pueden nombrar: tacto, gusto, olfato, oído y vista (y recientemente se han agregado un par más pero que no se enseñan todavía en la educación básica). Tan obvio como nos parece, en realidad no es un hecho sino una construcción cultural. Las personas que se han educado dentro de otras culturas, reconocen sentidos diferentes e incluso tienen diferentes conceptos de lo que son los sentidos. Estas diferencias son muy importantes, porque nuestros sentidos son los que activan nuestra inteligencia. Si no tuviéramos sentidos, seríamos incapaces de desarrollarla.

Si consideramos que los sentidos activan nuestra inteligencia, entonces sería probable que sentidos diferentes, la activen de manera diferente. A medida que los niños son educados por su cultura sobre cuáles son sus sentidos, en realidad se les está enseñando cómo prestarse atención a sí mismos y al mundo que los rodea, lo que determina cómo se perciben, cómo piensan y cómo responden ante cada uno de los estímulos que vivirán mientras crecen y se desarrollan.

La cultura Anlo-Ewe de África Occidental tiene una comprensión y experiencia de los sentidos que difiere radicalmente de la nuestra, y el contraste que ofrece nos ayuda a comprender cómo nuestra selección de cinco sentidos afecta nuestra experiencia misma del Yo y del mundo que nos rodea. Por ejemplo, los Anlo-Ewe consideran el equilibrio un sentido primario y ponen mucha atención a su desarrollo y apreciación. Esta apreciación se extiende más allá de las puramente habilidades físicas de equilibrio, para incluir lo que podríamos llamar una “conducta equilibrada en el mundo” o una “personalidad equilibrada”.

La antropóloga Kathryn Linn Geurts estudió los sentidos de los Anlo-Ewe y escribió un libro sobre el tema titulado «La cultura y los sentidos: formas corporales de conocimiento en una comunidad africana». Como ella lo explica, los niños que crecen en esta cultura aprenden que el equilibrio es «un componente esencial de lo que significa ser humano». El equilibrio de una persona se manifiesta en la forma en que se para, en la forma en que camina y en la forma en que carga algo; y expresa quién es ella de una manera fundamental: «nuestro carácter, y nuestra fortaleza moral se encarna en la forma en que nos movemos, y la forma en que nos movemos encarna una esencia de nuestra naturaleza»

La cultura Anlo-Ewe pone al descubierto un descuido en la nuestra. ¿Por qué no enseñamos el equilibrio como un sentido? Hablamos de tener un “sentido del equilibrio”; tenemos un órgano sensorial para el equilibrio que se encuentra en nuestro oído interno. Entonces, ¿Por qué no lo enseñamos como un sentido desde el principio?

La respuesta a eso apunta a algo esencial en la narrativa más amplia de nuestra cultura, y no estoy planteando esto como si fuera una conspiración de algún grupo hegemónico que tiene la finalidad de mantener a la humanidad “controlada”, ni nada por el estilo. Pero hay algo muy interesante que tienen en común todos esos sentidos que aprendemos como parte esencial de nuestra educación, todos se conforman al mismo modelo: un estímulo del mundo exterior que llega a un receptor y nos da información de lo que nos rodea.

Todos los sentidos que toman importancia primordial en nuestra educación, nos enseñan que, lo que nos pasa, nos pasa de “fuera hacia dentro”, perdemos de vista todo lo que pasa de “dentro hacia fuera”. Y así percibimos el mundo, como si nuestro “Yo” estuviera contenido dentro de un límite.

Pero el equilibrio no funciona así. No imputa un límite personal. El equilibrio se basa en la relación que hay entre nuestro centro de gravedad y el del Planeta Tierra. Mantenemos una relación alineada entre esos centros o nos caemos. Normalmente la mantenemos sin pensar, pero en realidad es una relación muy sensible. Si estamos parados quietos y erguidos, podemos sentir cómo incluso un ligero cambio en el peso de nuestro cuerpo sacará nuestro centro de alineación con el de la Tierra. 

Nuestro sentido del equilibrio nos dice dónde está ese centro y cuál es nuestra relación con él. No funciona a través de un límite, y tampoco hay estímulo que nos entregue información desde el exterior. Más bien, vivimos en el campo de la gravedad de la Tierra, y el campo de gravedad de la Tierra vive en nosotros. Nuestro sentido del equilibrio ilumina esa asociación dinámica. El propio proceso de balanceo, entonces, nos presenta un modelo en el que el “Yo” no está encerrado dentro de un límite, sino que está orientado en el mundo por una asociación fluida y sentida.

Bibliografía:

  • “Culture and the Senses: Bodily Ways of Knowing in an African Community”, Kathryn Linn Geurts, 2002