La antropóloga Kathryn Geurts compiló una lista de nueve sentidos generalmente reconocidos por los integrantes de la comunidad Anlo-Ewe en África. En la cultura Anlo-Ewe, se considera que el habla es un sentido. En una entrevista, Geurts menciona que cuando le dijeron esto por primera vez, pensó que no había logrado expresar lo que quería cuando preguntó por lo que consideraban como «sentidos», porque si entendían esa categoría, ¿cómo podrían colocar el habla en ella? La diferencia nos puede resultar obvia: un sentido recibe información, el habla la entrega. Pero los Anlo-Ewe lo ven de manera diferente. El habla es una experiencia que se siente en el cuerpo; y sienten las palabras como algo que podría ser dirigido «con la intención de alcanzar un objetivo», como nuestros sentidos podrían dirigir una flecha. La idea misma del habla como un sentido es tan contraria a nuestra experiencia que la idea invita a la exploración. Nuestra visión de que alguien utilice el habla para comunicar lo que sabe refuerza nuestra creencia cultural de que el «yo» está contenido dentro de un límite: nuestros pensamientos existen dentro de nosotros, y el habla es lo que usamos para cruzar ese límite hacia otra persona. Este modelo no solo nos parece correcto, sino axiomático, y también refuerza el límite alrededor del «yo».

Pero ¿qué pasa si consideramos el habla no como un «sistema de entrega» sino como un «medio de descubrimiento»? El habla permite que una persona dé forma espontánea y tangible a sus pensamientos y sentimientos. Una frase en una conversación es una improvisación; la última palabra, por lo general, es elegida por el deseo de aclarar un pensamiento que quizás no esté completamente claro cuando la frase comienza. Cada palabra o frase sirve para iluminar el camino hacia la siguiente; como un camino dibujado con piedras, trazan la forma completa de ese pensamiento. En ese sentido, el habla es análoga al sentido del tacto: nos permite avanzar sintiendo el camino a través de la oscuridad metafórica hacia una idea que nos llama, de la misma manera que nuestras manos nos permitirían avanzar en una habitación oscura.

Entonces, el habla puede ser considerada como un sentido que facilita el descubrimiento. Cuando lo comprendemos de esa manera, todo nuestro ser está invitado a estar presente en el acto de hablar. En contraste, si creemos que el habla es un medio para entregar nuestras ideas, nuestra preocupación no estará en el descubrimiento, sino en la tarea de «presentación»: presentar nuestras ideas, nuestras opiniones e incluso a nosotros mismos.

Para el escritor y terapéuta Philip Shepherd, cuando estamos en «modo de presentación», nuestra principal preocupación es obtener una determinada respuesta de la persona o grupo de personas a quienes les estamos hablando: queremos agradarles, que estén de acuerdo con lo que decimos, que se adhieran a nuestra forma de entender algo. Para Shepherd, nuestro deseo subyacente es, en realidad, manipular una reacción específica en ellos. Sin embargo, esta misión es un tanto ilusoria: no podemos controlar lo que alguien piensa o cómo reacciona, por más hábilmente que orquestemos nuestra presentación. Y aquí está la trampa: esa orquestación requiere un director, una parte de nosotros que se encarga de nuestra presentación y que necesita que sea efectiva. Por lo tanto, el modo de presentación nos coloca en un estado dividido: una parte de nosotros supervisa a la otra parte para manipular la respuesta deseada en la audiencia. Cuando nuestra preocupación es obtener una respuesta determinada, perdemos la posibilidad de observar lo que está ocurriendo en el Presente mientras nos comunicamos.

Cada vez que hablamos, nos enfrentamos a una elección: podemos estar en modo de presentación o podemos estar presentes, sintiendo lo que hablamos. Si nos permitimos recibir el Presente y al oyente, y avanzar en el diálogo sintiendo mientras hablamos, estaremos dando a las palabras la oportunidad de revelar su habilidad mágica para ayudarnos a descubrir y aclarar nuestra verdad, y solo así lograremos estar en resonancia con ella.

Bibliografía:

«Radical Wholeness», Philip Shepherd, 2017