La idea de que los mapas cerebrales no solo representan el cuerpo, sino también el espacio que lo rodea, la de que estos mapas se expanden y contraen para incluir objetos cotidianos e incluso que pueden ser moldeados por la cultura en la que crecemos, es muy nueva en la ciencia. Ahora la investigación muestra que nuestro cerebro está repleto de mapas corporales: mapas de la superficie de nuestro cuerpo, de su musculatura, de sus intenciones, de su potencial de acción, incluso un mapa que sigue y emula las acciones e intenciones de otras personas a nuestro alrededor.

Estos mapas son profundamente plásticos y capaces de reorganizarse significativamente en respuesta al daño, la experiencia o la práctica. Formados muy temprano en nuestra vida, se modifican y van cambiando con el paso de los años. Sin embargo, a pesar de lo importantes que son estos mapas corporales para nuestro ser, solemos tener muy poca consciencia de nuestra propia corporeidad dentro de las actividades cotidianas, y somos todavía mucho menos conscientes del hecho de que sus parámetros están cambiando y adaptándose constantemente, minuto a minuto y año tras año. Es posible que no apreciemos verdaderamente la inmensa cantidad de trabajo que ocurre detrás de escena de nuestra mente consciente, que hace que la experiencia de la corporeidad parezca tan natural. La actividad constante de nuestros mapas corporales es tan fluida, automática, y está tan incorporada que ni siquiera reconocemos que está sucediendo, y mucho menos que plantea un rompecabezas científico atrapante que está generando fascinantes perspectivas sobre la naturaleza humana, la salud, el aprendizaje, nuestro pasado evolutivo y nuestro futuro cibernético.

Nuestro cuerpo no es solo un vehículo para que nuestro cerebro navegue. Un cuerpo vivo, sensorial, sensible, abierto, despierto y emocional, es la razón de ser de los sentidos. Y las sensaciones de nuestra piel y tejidos internos, el tacto, la temperatura, el dolor y algunas otras, son la verdadera base de nuestra mente. Después de todo, los seres humanos necesitamos de un cuerpo para segur vivos, y si tenemos cuerpo, necesitamos de los mapas corporales para funcionar.

El significado de nuestros sentidos está cimentado en la capacidad de actuar y elegir, y esa capacidad depende de la corporeidad. De hecho, todo esto es una lección bien aprendida que la comunidad de inteligencia artificial finalmente ha comenzado a comprender después de décadas de frustración: nada verdaderamente inteligente se desarrollará en un sistema central que no tenga un cuerpo. En la vida real no existe tal cosa como una “consciencia desencarnada”.

La suma total de los numerosos mapas corporales flexibles y moldeables da lugar a la sensación subjetiva sólida del «Yo» y a nuestra capacidad para comprender y navegar el mundo que nos rodea. Podemos pensar en los mapas como un mandala cuyo patrón general crea el “Yo” encarnado y emocional. Todas nuestras otras facultades mentales – visión, audición, lenguaje, memoria – se apoyan en la matriz de este mandala corporal como los órganos en un esqueleto. Desde una perspectiva de desarrollo, sería imposible convertirse en una persona consciente y pensante sin ellos.

¿Cómo puede ser esto? Si un animal crece viendo pero sin moverse, ¿no debería desarrollarse su red de mapas visuales cerebrales de forma normal? ¿No debería ser suficiente la exposición completa a la información visual sobre la forma, sombreado, movimiento, color, tamaño y distancia para compensar la falta de auto-movilidad? La sorprendente respuesta es no. Se necesita otro ingrediente: la capacidad de usar libremente el propio cuerpo para explorar el mundo, incluso si es solo un pequeño rincón de él. A medida que un mamífero joven en sus etapas formativas se mueve, la retroalimentación de sus propios movimientos corporales da sentido a lo que ve. Cada paso hacia adelante, cada pausa en su camino, cada aceleración de su ritmo, envía información sensorial crítica que fluye a través de su red de mapas corporales, que a su vez alimenta a su sistema visual en desarrollo, esta es la información que necesita para dar sentido a todos los bloques, colores y sombras que de otro modo serían insignificantes y carentes de sentido. Si un animal se expone a información visual de alta calidad pero solo como un observador pasivo, su cerebro nunca aprenderá lo que cualquier información visual debe significar. Y esto mismo ocurre con cualquiera de nuestros otros sentidos.

A partir de esto, podemos empezar a apreciar cómo los sentidos son tan solo una pequeñísima parte dentro del inmenso mandala corporal. Nuestro mandala corporal es su integrador central, el marco de referencia último de la mente, el sistema métrico subyacente de la percepción. La sensación no tiene sentido excepto en referencia a nuestro “Yo” encarnado.

Bibliografía utilizada como referencia:
  • «The body has a mind of its own» Sandra y Matthew Blakeslee, (2008)