Si te preguntaran si tu mano te pertenece, naturalmente responderías que sí. Pero para la neurociencia, la respuesta es un poco más compleja: ¿Cómo sabes que es en verdad tu mano? De hecho, ¿cómo sabes que tienes un cuerpo? ¿Qué te hace pensar que lo posees, que es tuyo? ¿Cómo sabes dónde comienza y dónde termina? ¿Cómo haces para mantener un seguimiento de su posición en el espacio?

Prueba este pequeño ejercicio: imagina que hay una línea recta que baja por el centro de tu cuerpo, dividiéndolo en una mitad izquierda y una mitad derecha. Usando tu mano derecha, pesiona suavemente diferentes partes de tu cuerpo en el lado derecho: mejilla, hombro, cadera, muslo, rodilla, pie.

Eres capaz de distinguir estas partes de la parte derecha de tu cuerpo porque cada una de ellas se encuentra fielmente mapeada en una franja bidimensional de tejido neural en el lado izquierdo de tu cerebro, que se especializa en el tacto. Lo mismo ocurre con el lado izquierdo: Todas tus «partes» se mapean en una región en el lado derecho de tu cerebro. Nuestro cerebro mantiene un mapa completo de la superficie de nuestro cuerpo, con mapas dedicados a cada dedo, mano, mejilla, labio, ceja, hombro, cadera, rodilla y todas las demás partes.

Un mapa puede ser definido como cualquier esquema que especifique correspondencias uno a uno entre dos cosas diferentes. En un mapa de carreteras, cualquier punto dado en el mapa se corresponde con alguna ubicación en el mundo más amplio, y cada punto adyacente en el mapa representa una ubicación adyacente en el mundo real. Lo mismo se aplica en términos generales a los mapas del cuerpo en el cerebro. Aspectos del mundo exterior y la anatomía del cuerpo son sistemáticamente mapeados en el tejido cerebral. Por lo tanto, la topología o relaciones espaciales de la superficie de nuestro cuerpo se preservan en nuestro mapa del tacto: El mapa del pie está al lado del mapa de la espinilla, que está al lado del mapa del muslo, que está al lado del mapa de la cadera. Cada vez que alguien nos da una palmada en el hombro, las células nerviosas en la región del hombro en este mapa se activan. Nos ponemos un zapato, se activa la parte correspondiente de nuestro mapa del pie. Cuando nos rascamos el codo, se activan tanto la región del codo como las regiones de las yemas de los dedos. Estos mapas son nuestra ventana física principal al mundo que nos rodea, el punto de entrada para toda la información táctil cruda que fluye momento a momento hacia nuestro cerebro.

Esta información táctil es recolectada por receptores especiales en todo el cuerpo, canalizada a través de la médula espinal y enviada hacia arriba hasta el cerebro a lo largo de dos vías principales. La más antigua de estas vías lleva información sobre el dolor, la temperatura, la picazón, el cosquilleo, la sensación sexual, el tacto crudo (suficiente, por ejemplo, para saber que te golpeamos la rodilla y no la espinilla, pero no lo suficientemente agudo para diferenciar un frijol de una piedra) y el tacto sensual, que incluye las caricias maternas suaves que fueron vitales para el desarrollo de nuestro mapa corporal cuando erámos bebés.

La vía evolutivamente más nueva lleva información sobre el tacto fino, como el que necesitamos para enhebrar una aguja o pasar una hoja de un libro, y la información de posición y localización de los receptores incrustados en nuestras articulaciones, huesos y músculos.

Una vez que estos muchos canales de información sensorial llegan al cerebro, se combinan para crear sensaciones complejas como la humedad, la vellosidad, la carnalidad y la elasticidad. Lo mismo sucede con las muchas variedades de dolor. A través de una combinación de señales relacionadas con el dolor y el tacto, tenemos acceso a la rica diversidad de experiencias desagradables que incluyen el dolor ardiente de una quemadura solar, el dolor agudo del síndrome del túnel carpiano, el dolor punzante de una herida de arma blanca, el dolor sordo y pulsante de una rodilla lastimada, la comezón de la cicatrización, etc.

También tenemos un mapa motor primario que nos sirve para realizar movimientos. En lugar de recibir señales de entrada desde la piel, este mapa envía señales de salida a los músculos. Al igual que el mapa táctil, este mapa de movimiento también se encuentra en ambos lados del cerebro. Es vital para nuestra capacidad de guiar nuestros miembros con la finalidad de hacer movimientos finamente coordinados y asumir posiciones complejas en el espacio, como bailar, hacer posturas de yoga, tai-chi, nadar, correr, tocar un instrumento musical o cantar. Cuando movemos todos nuestros dedos del pie, las regiones del dedo del pie y del pie de nuestro mapa motor, se activan. Cuando sacamos la lengua, las regiones de la lengua y la mandíbula del mapa también están activas. Gracias a este mapa, todas las tareas de coordinación de movimiento, principalmente las subconscientes, se desenvuelven sin problemas.

En otra parte del cerebro, tenemos un mapa corporal muy diferente pero no menos crítico, que corresponde a todas las partes internas de nuestro cuerpo. Este es nuestro mapa visceral primario, que está formado por un conjunto de pequeños fragmentos neurales que representan al corazón, pulmones, hígado, colon, recto, estómago y todos nuestros otros órganos internos. Este mapa está superdesarrollado de manera única en la especie humana y nos brinda un nivel de acceso a las sensaciones internas de nuestro cuerpo, incomparable a cualquier otra especie del reino animal. Sentimos enojo, asco, tristeza, alegría, vergüenza, etc… como resultado de este mapeo corporal. Estas entradas viscerales a la psique son el manantial de la conciencia emocional rica y vívida que pocas criaturas más disfrutan. La actividad en este mapa es la voz de nuestra conciencia, la emoción de la música, la raíz de nuestra sensación de «Yo» moralmente sensible.

Bibliografía utilizada como referencia:
  • «The body has a mind of its own» Sandra y Matthew Blakeslee, (2008)