El esquema corporal: la clave de nuestra propiocepción
NEUROCIENCIA Y ANATOMÍA
Felipe Bojórquez Espinosa
La sensación corporal: cómo percibimos nuestro propio cuerpo
Nuestro cuerpo está repleto de sensores que responden a diferentes estímulos: caricias suaves, presión, dolor, calor o frío. Sin embargo, existen dos ingredientes adicionales que operan casi completamente fuera de nuestra conciencia, pero que son fundamentales para nuestra percepción. A pesar de que la ciencia lleva décadas estudiando estos canales sensoriales, sólo recientemente se ha comenzado a entender cómo se relacionan con áreas específicas del cerebro.
Propiocepción: la percepción de uno mismo
Imaginemos por un momento los músculos, huesos, articulaciones y tendones de nuestro cuerpo. Estos tejidos están dotados de receptores especializados que detectan pequeños movimientos, como el temblor de una fibra muscular, el estrés mecánico en un hueso, la rotación de una articulación o el estiramiento de un tendón. Cada vez que estos sensores detectan un cambio, envían la información al cerebro para actualizar nuestro sentido de ubicación y la organización de nuestro cuerpo en el espacio.
Este proceso está relacionado con lo que se conoce como propiocepción, que es la percepción de uno mismo. Los sensores que captan el peso del cuerpo y nuestras posturas permiten que nuestros movimientos sean fluidos, incluso sin necesidad de pensar conscientemente en cada acción. La propiocepción se desarrolla y se refina a medida que practicamos nuevas habilidades, y aunque la mayor parte de este proceso ocurre por debajo de nuestra conciencia, es vital para nuestro funcionamiento diario.
La información de nuestro interior
Nuestro cerebro tiene una representación mental precisa de nuestro cuerpo, que se conoce como esquema corporal. Este esquema no solo depende de las señales que llegan de la piel, músculos y articulaciones, sino también de lo que se llama comúnmente memoria muscular. Aunque el término no es del todo preciso, pues estas memorias no residen en los músculos, sino en los mapas motores del cerebro, describen el conocimiento implícito de cómo nos movemos y lo que somos capaces de hacer con nuestro cuerpo.
Por ejemplo, cuando extendemos la mano para agarrar un objeto, como una taza de café, no necesitamos pensar en la posición exacta de nuestra mano. El cerebro ha procesado esta información de manera automática gracias a la representación mental del cuerpo y sus movimientos.
Este esquema corporal no es estático, sino que se actualiza constantemente a partir del flujo de sensaciones recibidas desde nuestra piel, articulaciones y músculos. Este proceso permite que nuestro sentido de pertenencia a un cuerpo se mantenga preciso y actualizado, incluso cuando no estamos conscientes de ello. La capacidad de movernos con fluidez y adaptarnos a nuestro entorno está directamente relacionada con cómo nuestro cerebro mapea y procesa estas sensaciones.
Un aspecto fascinante del esquema corporal es su capacidad de adaptarse a los objetos que usamos en nuestra vida cotidiana. Según el neurólogo Sir Henry Head, cualquier objeto que participe activamente en nuestros movimientos se integra en el modelo mental de nuestro cuerpo. Esto significa que elementos como la ropa, las mochilas o incluso un sombrero, cuando se usan de forma habitual, se incorporan al esquema corporal.
Un ejemplo interesante: cuando un músico toca un instrumento, como la flauta, su postura se ajusta automáticamente para lograr lo que considera como la mejor postura para tocar. Con la práctica consciente, a medida que la persona se familiariza con la técnica, su cerebro ajusta continuamente la información que envía al resto del cuerpo, buscando evitar tensiones innecesarias y optimizar los movimientos. Este ajuste ocurre de forma automática, basándose en lo que el músico piensa y practica en cada momento. El cerebro no distingue si lo que estamos haciendo es constructivo o destructivo; si practicamos con tensión innecesaria, eso se convierte en lo "correcto" para nuestro organismo. Por eso, la práctica musical consciente es crucial.
El concepto de esquema corporal fue propuesto en 1911 por los neurólogos británicos Sir Henry Head y Gordon Holmes, quienes descubrieron que las señales del sistema musculoesquelético se envían al cerebro para determinar nuestra postura y la posición de nuestras extremidades. Lo que significa que, además de las señales táctiles, el cerebro construye un mapa interno de nuestro cuerpo y de su constante interacción con el mundo que nos rodea.
Este conocimiento implícito sobre nuestro cuerpo no solo nos permite movernos con fluidez, sino que también influye en la forma en que percibimos nuestro entorno. Por ejemplo, el espacio peripersonal, el área que rodea a nuestro cuerpo, es crucial para nuestra seguridad. Nuestro cerebro interpreta cualquier cosa que invada este espacio como un posible peligro, lo que genera una reacción automática de alerta.
En última instancia, tomar conciencia de nuestro esquema corporal puede mejorar nuestra relación con nuestro propio cuerpo y con el mundo que nos rodea. Por ejemplo, al practicar técnicas como la Técnica Alexander, podemos aprender a ser más conscientes de cómo nuestro cuerpo se mueve, se organiza y se adapta a las demandas de la vida diaria. Esta conciencia no solo mejora nuestra postura y bienestar físico, sino que también nos permite ser más conscientes de nuestro espacio, tanto interno como externo.
Bibliografía utilizada como referencia:
Blakeslee, S., & Blakeslee, M. (2008). The Body Has a Mind of Its Own.
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