Tenemos sensores por toda la superficie de nuestro cuerpo que responden a caricias suaves, presión, dolor, calor o frío. Pero hay otros dos ingredientes en la sensación corporal, o esquema corporal, que operan casi completamente fuera de la conciencia. Y aunque las investigaciones científicas  han tomado en cuenta estos canales sensoriales durante décadas, sólo ahora están siendo relacionados con regiones específicas del cerebro. El primero lee señales desde el interior de nuestro cuerpo. El segundo lee señales desde nuestro oído interno para darnos el sentido de equilibrio.

Tomemos un momento para formar una imagen mental de los músculos, huesos, articulaciones y tendones de nuestro cuerpo. Estos tejidos están dotados de receptores especializados que detectan pequeños movimientos, como el temblor de una fibra muscular, el estrés mecánico en un hueso, la rotación angular de una articulación o el estiramiento de un tendón. Cada vez que detectan un cambio, estos sensores envían la información a nuestro cerebro para actualizar nuestro sentido de dónde estamos en el espacio y cómo está configurada la organización de nuestro cuerpo. Las señales se mapean primero en el mapa táctil primario, luego se ramifican y filtran hacia arriba a través de otros mapas de orden superior en nuestro mandala corporal. Estos mapas guían nuestros movimientos corporales y las expectativas que tenemos sobre esos movimientos.

El peso del cuerpo así como nuestras posturas son calculadas por estos sensores, proporcionando algo a lo que se le llama “propiocepción”, que significa «percepción de uno mismo«. Cuando aprendemos una nueva habilidad, desarrollamos este sentido corporal a través de la práctica.

Nuestro esquema corporal también se ve influenciado por una biblioteca de lo que mucha gente llama «memorias musculares», aunque el término es bastante inexacto. Estas memorias residen realmente en los mapas motores del cerebro, no en los músculos propiamente dicho, como sugiere el término. Estas memorias musculares nos dan una comprensión intuitiva de cómo podemos movernos y de lo que somos capaces de lograr con dicho movimiento. Este conocimiento implícito incluye cosas como hasta dónde podemos inclinarnos, a qué partes de nuestra espalda podemos llegar con nuestras manos y qué objetos en la mesa del comedor están al alcance de nuestros brazos sin tener que inclinarnos. La gran mayoría de estas comprensiones y juicios son inconscientes. Nuestro mandala corporal las calcula constantemente y las utiliza para actualizar el esquema corporal. (Solo para aclarar la diferencia, nuestro mandala corporal es la red física de mapas corporales que hay en nuestro cerebro; nuestro esquema corporal es la experiencia sentida de nuestro cuerpo, construida por estos mapas).

Hagamos este sencillo experimento: extendamos una mano con la palma hacia arriba y los dedos apuntando hacia adelante. Ahora giremos la mano hasta que los dedos apunten hacia la derecha. Girémosla de nuevo, con los dedos apuntando hacia la izquierda. Podemos hacer estos movimientos sin la necesidad de vernos la mano porque tenemos una representación mental bastante precisa de nuestro cuerpo. Cuando extendemos la mano para agarrar una taza de café, no tenemos que pensar en dónde está nuestra mano o hacia dónde se dirige. Nuestro sentido corporal planifica y dirige automáticamente los movimientos.

Nuestro esquema se actualiza constantemente utilizando el flujo de sensaciones desde nuestra piel, articulaciones, músculos y vísceras. Nuestra sensación contínua de habitar un cuerpo incrustado en un mundo más grande, proviene en gran parte de esta construcción mental.

Además, rara vez somos conscientes de las sensaciones de nuestro cuerpo, pues ocurren de forma automática. Aunque podamos “cerrar los ojos” y taparnos los oídos, no podemos apagar nuestro sentido del tacto. Si nacemos sin visión, otros sentidos pueden compensarla. Pero si nacemos sin receptores que mapeen nuestro cuerpo, no sabríamos que tenemos un cuerpo. La pérdida de la propiocepción en la edad adulta es rara, pero ha ocurrido. Por ejemplo, en 1972 un joven inglés de diecinueve años llamado Ian Waterman contrajo una enfermedad rara. Mientras que los nervios que llevaban información desde su cerebro hasta su cuerpo, indicándole cómo moverse, estaban intactos, los nervios que llevan información desde su cuerpo de vuelta hacia su cerebro estaban destruidos. Es difícil imaginar cómo se siente esto. Waterman podía ver pero no podía sentir dónde estaba su cuerpo, si se estaba moviendo o no. Al principio era un desastre, como un muñeco de trapo viviente. Poco a poco, se enseñó a moverse de nuevo, observando y guiando sus acciones visualmente. Pero en el momento en el que cerraba los ojos, se desplomaba en un instante.

La idea del esquema corporal fue propuesta por primera vez en 1911 por dos neurólogos británicos, Sir Henry Head y Gordon Holmes. Head y Holmes descubrieron que, al igual que la información del tacto, las señales del sistema musculoesquelético de nuestro cuerpo se llevan al cerebro para determinar nuestra postura y la posición de nuestras extremidades. Según Head, construimos modelos posturales internos de nosotros mismos en conjunción con modelos de la superficie de nuestro cuerpo. Él llamó a esto el “esquema corporal”, definido como «modelos organizados de nosotros mismos». 

Head y Holmes también se dieron cuenta de que, maravillosamente, nuestro esquema corporal se expande con la ropa que usamos. «Cualquier cosa que participe en el movimiento consciente de nuestro cuerpo se agrega al modelo de nosotros mismos y se convierte en parte del esquema«, escribió Head. Así, «el poder de localización de una mujer puede extenderse hasta la pluma en su sombrero«. En la época de Sir Henry, la era eduardiana, las mujeres usaban sombreros con ala ancha y grandes plumas. Observó que la pluma se incorporaba al esquema corporal de la mujer.

La próxima vez que veas a alguien con un sombrero, fíjate en cómo se agacha al pasar por una puerta. Mejor aún, si tienes un sombrero de Stetson o puedes pedir prestado uno, pruébalo tú mismo. Pasa por una puerta y observa tu postura. ¿Te agachas ligeramente? A menos que seas muy alto, es probable que el sombrero haya pasado por la puerta con pulgadas de sobra. Sin embargo, es posible que hayas sentido la necesidad de doblar las rodillas o agacharte. Un sombrero es un objeto inanimado. Sin embargo, actúas como si fuera parte de tu cabeza. En lo que respecta a tu esquema corporal, es parte de tu cuerpo. Si usas el sombrero regularmente, adquirirás un conocimiento preciso aunque en gran parte inconsciente de su altura y ancho, y pasarás por puertas con una inclinación automática y diminuta de la cabeza que es justo para evitar el marco de la puerta por un pelo.

Cuando tomamos clases de Técnica Alexander, básicamente estamos trabajando en la conciencia del esquema corporal. Estas clases nos enseñan a prestar atención deliberadamente a los muchos elementos centrales que tiene nuestro esquema como medio de autoexploración.

Finalmente, nuestra sombra une el espacio peripersonal a nuestro cuerpo. Por lo que respecta a nuestro cerebro, nuestra sombra es parte de nuestro cuerpo, tan real como la piel. Si caminamos por un sendero con los ojos bajos y una sombra aparece en nuestro campo de visión periférica, nuestro cerebro suena la alarma. Nuestro espacio está siendo invadido. Es hora de prestar atención.

Bibliografía utilizada como referencia:
  • «The body has a mind of its own» Sandra y Matthew Blakeslee, (2008)