Establecer metas es esencial en la vida de todos. Nuestra salud, carrera, relaciones personales, nuestros días y semanas están determinados por las metas que nos proponemos y por nuestra forma de perseguirlas. Esto sucede en parte a nivel intelectual y consciente, y en parte a un nivel más reflexivo, habitual o intuitivo.

Aquí tienes un pequeño ejemplo de una meta valiosa: «Quiero llegar a tiempo a mi reunión». ¿Y qué sucede si te obsesionas mucho con llegar a tiempo, si comienzas a ponerte nervioso por no llegar a tiempo, y si empiezas a enojarte con las cosas y las personas que parecen estar impidiéndote llegar a tiempo? Entonces tienes muchas posibilidades de hacer algo incómodo, peligroso o lamentable. Y tienes muchas posibilidades de llegar tarde a tu reunión.Tu meta valiosa se ha transformado en un esfuerzo por perseguir un fin, con consecuencias desafortunadas que se propagan desde ti hacia las personas y el entorno que te rodea. 

¿Y qué sucede si haces un hábito de perseguir tus objetivos? Te haces mucho daño. La propagación nunca se detiene: si hacemos el bien, propagamos el bien; si hacemos daño, propagamos el daño. Nuestra persecución de objetivos afecta a otras personas, eso es seguro.

Comencemos de nuevo. Te propones una meta valiosa: «Quiero llegar a tiempo a mi reunión». Pero ahora decides no hacer nada que pueda sabotear tu meta o propagar daño. Para llegar a tiempo, no debes querer desesperadamente llegar a tiempo. Tu mejor opción es encontrar cierta distancia de tu meta, y más importante aún, de tu deseo de perseguir tu meta. Esta distancia te permite despejar tu mente, mantener la atención y tomar decisiones constructivas y prácticas que te ayuden a alcanzar tu meta.

Las metas, los objetivos, las intenciones, los deseos y las voluntades son tanto vitales como fatales. Son fatales si las perseguimos como objetivos, y vitales si “encontramos la distancia”, por así decirlo. Paradójicamente, dejar de perseguir un objetivo puede ser la mejor manera de alcanzarlo. 

En sus escritos, Alexander a menudo discutía sobre el “no-hacer” y su importancia fundamental. También empleaba la palabra «inhibición» para referirse a él. Te propones una tarea o una meta, luego inhibes tu deseo de perseguirla, es decir, no haces nada al principio. Te organizas a ti mismo y a tus energías, para así descubrir el camino a seguir. ¡Luego sigue adelante y actúa, si aún estás interesado en tu meta original!

En este contexto, “inhibir” no significa suprimir nuestras emociones. Más bien, significa frenar nuestras reacciones habituales, controlarlas, evitar que salgan disparadas y abrumen nuestra intención de lograr una meta valiosa. Enfrentarnos al estímulo, inhibir nuestra reacción, considerar el camino que queremos tomar, y actuar: ese es el camino.

Puede que necesitemos reducir la velocidad al principio para aprender el método con calma y de manera eficiente. Pero una vez que se ha practicado, el proceso puede ocurrir instantánea y continuamente. Incluso mientras estamos tocando una obra musical frente a un público exigente, y queremos hacerlo lo mejor que podemos, nos conviene poder inhibir y dirigir.

Bibliografía utilizada como referencia:
  • «The Alexander Technique, a skill for life», Pedro de Alcántara
  • «Indirect procedeurs», Pedro de Alcántara